Algunos chicos son mas propensos que otros, antes decían que era falta de agua y jabón, hoy que es por el tipo de sangre. Antes era una situación vergonzosa, hoy es pura demostración de afecto y cariño, como quien dice: un tema social (no junten cabezas, carajo!). Los piojitos son cada vez mas resistentes a abandonar a nuestros hijos. No hay manera de evitarlos, en época de clases, de colonia, en plazas, cines, cumpleaños, verano, invierno, playas, sierras, en todo tipo y color de cabezas, ellos siempre son los primeros en cantar presente.
Con el correr de los años han ido mutando haciéndose inmunes a cuanta porquería química que aparece en el mercado, incluso las de uso veterinario (supe casos de desesperadas madres, que llegaron a colocar la famosa pipeta para pulgas y garrapatas).
Puedo asegurar que he probado casi de todo (me falto kerosene y la famosa pipeta), convirtiéndome así en una especie de experta en la materia, ya que mi chancleta menor tiene una de esas cabezas que jamás se sentirá sola.
Desde su primer día en sala de tres ya vino con compañía. No me hice mayor problema, simplemente puse manos a la obra. Mi primer error: la confianza.
Intenté todo lo conocido, comencé con la marcas comerciales: champúes, lociones, espumas, jabones, siempre acompañado de peine fino. Los resultados duraban mucho menos que el contenido del envase. Pero estaba lejos de darme por vencida. Mi segundo error: subestimar al enemigo.
Luego opte por la “onda natural y culinaria” mezclas caseras de lavanda y cuasi amarga, vinagre de manzana o de alcohol, y cualquier otro dato de alacena que llegara a mis oídos de madres, abuelas, curanderas y chamanes, pero bastaba un día de clases, o una reunión de amiguitos, para que mi trabajo fuera declarado inútil. Hasta llegue a reconocer de que cabeza provenían los enemigos: estuviste con Fulana (la pelirroja), con Mengana (la morocha), y cuales eran “cosecha propia” ya que los guachos se mimetizan con el color del cabello.
Invertí gran parte de la herencia de la abuela en adquirir los mejores peines finos del mercado, con dientes lisos, dientes ranurados, hasta con lupa incluida, no me animé con el electronico, digamos que eso de electrocutar bichos en su cabeza me dio un poco de cosita.
Pude comprobar, con cierta frustración, que el pegamento de los huevitos (liendres) es uno de los materiales mas fuertes del mundo (raro que la famosa marca de pegamentos no haya sacado un producto a base de esta sustancia, digamos que la materia prima es “inagotable”).
En ocasiones su cabellito, siempre corto, quedaba bastante deteriorado por el insistente paso de los clavos de acero que luchaban incansablemente contra habitantes que se rehusaban abandonar su morada.
Pasaron muchos años desde aquella primera invasión, hoy la moda es pelos largos como esperanza de pobre, aunque la mayoría del tiempo camuflados bajo un rodete o cola de caballo, para dificultar el ascenso de los escaladores al Nirvana capilar, pero igual se las ingenian y llegan. Ahora nos turnamos con el peine fino. Escucho: “deja ma, yo lo hago”, aliviando así mi angustia y recordando la largas noches en vela pasando el dichoso adminiculo mientras la chiquilla dormía.
Ya no le decimos bichitos, ni piojitos, hemos cambiado los términos de acuerdo a la cantidad: condominio, ciudad, país, mundo, para llegar a nivel universo, y el problema continua tan vivo como el primer día, los productos comerciales no son efectivos (seguramente porque ven mas beneficio en mantener el problema, que lograr la solución), los recetados pueden dar resultado al principio pero no evitan reinfectarse nuevamente, en poco tiempo, a pesar de la insistencia del peine fino.
Al igual que Juana de Arco, seguiré mi lucha incansable hasta lograr la victoria, soy optimista y siento que gano una batalla con cada pasada del dichoso peine, aunque a veces me veo como Don Quijote luchando contra molinos de viento.