Ya han
pasado más de dos años desde que se me dio por despotricar contra el mundo, la
familia y mi karma en este blog.
Es
fácil escribir boludeces sin dar la cara, mostrando en el perfil una
caricatura, pero esto no pasó por querer
estar “oculta”, sino por culpa de las cámaras digitales.
Y acá va mi
viajecito al pasado:
Mi viejo,
gustaba mucho de la fotografía, por aquel entonces las cámaras funcionaban a
rollo, no tenían baterías y los objetivos eran muy amables con una. Se buscaba “eternizar” gratos momentos con
familia y amigos, viajes, etc. Había tiempo de sobra para sacarse los anteojos, acomodarse el pelo, la ropa y hasta para ensayar una linda sonrisa mientras el fotógrafo gritaba: "che, mas juntos que no entran". Ahora llevan las camaritas a todas
partes y cualquier escrache es digno de darse a conocer al mundo entero, y si no entran le mandan "panorámica" o "360" y listo.
Después,
venía el proceso de volver a colocar la película en su estuche, las cámaras
traían una pequeña palanquita que se hacía girar hasta que toda la película
quedaba encerradita y apartada de la luz, para llevarla a revelar a la casa de
fotografía, proceso que duraba varios días y no era barato, este dato es
importante ya que uno debía elegir bien que fotografiar.
Luego, las
fotografías impresas en papel, eran guardadas como preciados trofeos en
álbumes, para ser mostradas en ocasiones especiales.
Pero
aparecieron ellas, las digitales (las guachas, bah!), prácticas, compactas, con
pantallita y un monton de funciones que jamas se usan, con memoria para guardar lo bueno y lo malo. Todo
el mundo boludeaba (y aún boludea) con las camaritas, tratando de sorprender a algún distraído, o
practicar la muy popular “autofoto” que tiene por objetivo ganar la mayor cantidad posible de "I like" en el "Face".
Noté que con
estos bichos electrónicos ya no era fotogénica, por mas que me esforzaba, en
todas las fotos salía peor que la del DNI. La lente se convirtió en mi enemiga
número uno, muecas, un ojo cerrado, demasiado arrugada, muy gorda, petisa retacona; pero nunca bien, ni siquiera
levemente bien. Arruine las fotos de 15 (y no exagero) de una de mis chancletas,
por culpa del fotógrafo y sus “tomas espontáneas”. No tuvo en cuenta que una
señora de mi porte necesita unos minutos de preparación.
Así que
decidí borrar mi imagen de todas partes, aprendí a esquivar el “click” y si
alguna vez me sorprendían, la imagen era borrada inmediatamente, luego de
soportar las carcajadas de las chancletas.
Este verano,
me tomaron una, donde me dieron tiempo a esconder los anteojos, meter panza y posar..... entonces me animé
a dar la cara.