Viejas enseñanzas nos dicen que debemos hacer lo correcto, debemos ser honestos, que
hacer el bien “hace bien” al espíritu, al corazón, y nos hace
sentir plenos como humanos.
El día domingo en la puerta de casa encontramos, con mi
esposo, un gatito hermoso sin identificación, nos dio mucha pena verlo en la
calle expuesto a infinidad de peligros. Lo llamamos y se nos acercó confiado,
lo que me demostró que pertenecía a un hogar.
Mientras mirábamos a un lado y al otro a ver si alguien lo
buscaba, el simpático gatito entro con toda la confianza del mundo a mi casa,
como si la conociera. En menos de una hora nos había comprado a todos los integrantes
de la familia. Tristín y Salem (mis
gatos) estaban desconcertados, y las presentaciones fueron a puro gruñido con lomo erizado.
El día lunes a primera hora puse manos a la obra, recorrí el
barrio pegando fotocopias con fotos del minino y los datos de contacto para
lograr un pronto regreso a casa, luego de la “aventura”. Hable con los vecinos,
pensando que tal vez alguien lo podría reconocer.
Pasó el lunes, el martes, el miércoles, los tres gatos ya
estaban sociabilizando, incluso hasta nos animamos a ponerle de nombre"Igor" al
recién llegado, habíamos resuelto que si para el día sábado no aparecía el
dueño haríamos una visita a la veterinaria para que le practicaran una revisión
completa.
En la familia se comenzaron a escuchar comentarios como: “que
bueno sería que se quede”, “ya se acostumbro a nosotros” o el típico “es tan
buenito”. Pero yo pensaba que en algún lugar
alguien lo estaba buscando, que tal vez había personas muy tristes imaginando
que algo terrible le había sucedido.
Hoy, jueves, hace unas horas no más, tocó el timbre una vecina
con la que yo había hablado, me esperaba en la puerta con la dueña del “pequeño
Igor”, una señora con dos nenas chiquitas que se apuró a decir “hace tres días
que lo busco”… “lo que pasa es que me sigue y después no sabe volver”, sus
palabras sonaron toscas y un poco rudas, cuando entré a buscar a Igor para entregárselo le
gritó de manera tan irrespetuosa a sus hijitas, que en dos segundo pensé mil
cosas, una de ellas fue: "si trata así a sus hijas como tratara al gatito” y también
pensé: “ no se lo doy nada”, Pero la
señora se oía temperamental y yo no tenía intensión de desatar un pleito con
una persona que tiene tatuajes azules en los nudillos.
Asi que entregue a Igor a su dueña, le sugerí amablemente
que le coloque un collar con chapita identificatoria y pregunté cual era el
nombre, me contestó: “no tiene nombre” y sin mas vueltas y mucho menos un
gracias por todo se marchó, con esa belleza blanca y amarilla entre los brazos.
Hacer lo correcto, a veces no da los mejores resultados, me
siento terriblemente triste, y un sentimiento egoísta me invadió que machaca en mi cabeza la frase: en casa hubiese estado mejor.
Ah pero no hayderecho a jugar así con las emociones... ¡Qué triste! Mi primer perro fue un pequinés. Un día una señora que vivía a la vuelta y también tenía peuinés lo había perdido y decía que nosotros se lo habíamos robado (lo teníamos desde los 60 días!!). Insistía en llamarlo mpor otro nombre y el perro ni mu. Obvio. Mi mamá se calentó tanto, fue a buscar su carnet de vacunación y visitas veterinarias donde constaba reaza y demás y le dijo "si quiere vaya a la veterinaria. El doctor lo llama el loco por pelearse con un manto negro que le rompió dos costillas cuando era de meses". Fin de la discusión. Desde ese día nos miraba siempre con recelo. Nunca nos creyó que el perro era nuestro desde siempre. Te entiendo perfectamente. Mi segunda perra, un amor, Xuxa, la encontramos en la calle, abandonada. La amaba!!
ResponderEliminarTe mando un abrazo, Chechu.
Gracias Sandry, en breve el desenlace de la historia de Igor, Besos
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